por: Raúl Pino-Ichazo Terrazas
¿El mar, la culpa y la mediterraneidad? Es un interrogante de varias generaciones, similar al análisis que realizamos frente a nuestros problemas, en régimen natural son nuestros padres los que influyen, porque de ellos recibimos la formación inicial, entre ellos los primeros marcos de referencia veraces e irrefutables. Aquí surge la culpa como un sistema que es utilizado para el mal pues la culpa nunca libera a nadie.
En el centenario problema del mar usurpado por la vecina nación por evidenciarse una invasión y ausencia de declaración de guerra como exigencia jurídica del Derecho Internacional, que devino como consecuencia la ocupación ilegitima de territorios bolivianos, persistiendo ad aeternum la culpa que corroe al otro por violación del Derecho Internacional y se ufane de su ilícita acción, ayudado inequívocamente en la época por algunas potencias extraterritoriales y aun vecinos.
¿Quién o quienes en gobiernos e instituciones sucesivas asumen la culpa de esta mediterraneidad? Verazmente la culpa radica en nosotros pues es un trasunto de la deficiente formación de nuestros diplomáticos que estudian la diplomacia tangencialmente sin la profundidad que la esencia del problema lo exige. No es una afirmación que sindica a otras décadas de nuestra historia; hoy en pleno siglo XXI continua la endémica rutina en los programas de formación de nuestros diplomáticos; un gran número de ellos, sino todos, no tienen el dominio ( hablado y escrito) de lenguas extranjeras como el inglés, el alemán o francés y su español deja dudas confirmadas en su sintaxis y dicción.
En la formación académica no estudian con profundidad la historia boliviana intelectivamente, no como una simple lectura; debido a que deberían extraer sus propias conclusiones, porque ese esfuerzo les arrima a un consolidado criterio para argumentar por la patria irrefutablemente en todo foro. Tampoco los estudios son exigentes en geopolítica, cultura general, Derecho Marítimo (mínimo maestría), Derecho Aeronáutico (también maestría) y otros requerimientos de orden personal, como la Oratoria, la Deontología del profesional pues todo diplomático boliviano deber ser profesional, y un sentido de pertenencia sin límites.
No existe una política definida sobre la recuperación de nuestras costas, que sea inmutable, inderogable y aplicable sentido estricto por todos los gobiernos y específicamente por los diplomáticos y negociadores; aquí la cancillería de otro país nos aventaja plenamente pues su posición es monolítica, además de defender a ultranza su posición antijurídica de invasor.
Sin embargo, pese a esta realidad negativa que se puede corregir con decisión, estudio e inteligente sentimiento patriótico, la más encontrada enemiga del progreso de nuestra diplomacia es la política con el usual nombramiento de embajadores y funcionarios de segundo nivel que son vitales para la continuidad, a placer del que manda, de las Asambleas comprometidas por intereses inconfesables o por el que dispone de mayores influencias.
El esquema culposo se lo utiliza para cargar al otro con nuestras propias mediocridades, y nos conformamos básicamente con culpar al gobierno, a la sociedad; pero el gobierno lo elige el pueblo y el pueblo somos todos, a la sociedad, empero, la sociedad somos todos y así sucesivamente se puede culpar por la pérdida de nuestras costas hasta al clima.
No se crea, en un análisis equitativo, que el invasor no tiene problemas, los tiene con tres de sus vecinos por su misma política expansionista a costa de la ilegitimidad que quedó refrendada en la respectiva historia de cada país perjudicado para estudio de sus futuras generaciones.
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es abogado, posgrados en Filosofia y Ciencia Política, Arbitraje y Conciliación, Alta Gerencia para abogados, Interculturalidad y Educación Superior, Docencia en Educación Superior, Derecho Aeronáutico, profesor universitario en pre y posgrado, escritor.