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sábado, 4 / mayo / 2024

CÁRCELES Y ESTADOS

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En estos días hemos sido testigos de los acontecimientos en Palmasola y hace horas en una cárcel de Venezuela, donde decenas de personas murieron en circunstancias extrañas, poniendo otra vez en mesa lo que realmente son nuestras instituciones estatales a lo largo y ancho del territorio latinoamericano. Instituciones parecidas a las mafias sicilianas, donde lo más importante es el enriquecimiento ilícito a como dé lugar, y no el cumplimiento de las leyes ni mucho menos, pues las leyes en estos territorios siempre fueron papeles y escritos políticos para la historia, para engañar a la historia y sus discursos impostores de horas cívicas de lunes con niños de kínder, que ni entienden de qué se trata. Policías, burócratas y abogansters se disputan en realidad la torta que ofrecen las instituciones como las cárceles, pues todo lo demás es parte del circo político para la prensa y la televisión, cuando en lo cotidiano los padrinos de las mafias son los verdaderos actores de la farándula estatal.
El Estado, que es imposición externa, como invento institucional que responde a las realidades europeas, fue asumido por estos lados de manos de las familias colonialistas que se disputaron estos territorios cuando la decadencia del imperio español. Estados a imagen y semejanza de esas élites poco educadas y adiestradas en manejo de cosas modernas. Eran más bien, en general, asaltantes y vividores de la política. La clave de todo eso era que tenían que triunfar siendo los nuevos ricos a su paso por el Estado. Ese folklor de mentalidad profundamente costumbrista no ha cambiado hasta hoy. Las ideologías sólo refuerzan a estas mentalidades del saqueo y el enriquecimiento ilícito, porque son parte del paquete para las masas y los pobres: es el circo romano perfecto.
Ese Estado patrimonialista sigue vigente. Herencia poderosa de las élites del siglo XIX, no ha tenido ninguna variación en sus comportamientos gansteriles a lo largo de la historia. Estado que maltrata y margina cotidianamente a sus poblaciones, por lo que nunca tuvo efectos nacionalistas y de identidad. Pues nadie desea identificarse con un  Estado que maltrata y saquea a sus propias poblaciones. Cuando en el modelo tradicional europeo, Estado significa precisamente todo lo contrario: que protege y da todas las condiciones materiales y espirituales a sus poblaciones. Aquí no conocemos ese tipo de Estado. Aquí el robo, la coima, la lentitud, el maltrato, la marginación y la burocracia asesina son los factores cotidianos con los que tenemos que convivir sangrientamente. Las élites que manejan son las mismas del siglo XIX, es decir sus descendientes de izquierda o derecha. Son las mismas familias.
Las cárceles son sólo una pequeña muestra del diagnóstico general, a pesar de las buenas intenciones de personas que quisieran otros escenarios. Pero la política por estos lados no son de buenos deseos y sueños, sino de revoluciones violentas y revueltas milenarias. Sólo así cambiaremos realmente estas duras realidades. Las democracias se han servido sólo para hacer de barnices a las catacumbas de las instituciones. Nada han cambiado, sino los discursos ya aburridos con el tiempo. Las cárceles son el relato real y concreto de cómo se manejan todas las instituciones, aún los más sofisticados y modernos, dizque. No es raro por tanto que los empresarios de las familias más poderosas desde el siglo XIX, estén tan contentas con este modelo, no es raro que los banqueros hayan ganado más riqueza que en ningún momento de nuestra historia. Pues se confirman nomás que los mismos de siempre tienen el sartén por el mango. Los bellos discursos, barnizan lo que realmente es.
Felizmente la creatividad humana, fuera y en contra del Estado, se desarrolló al margen del Estado, para sobrevivir, para generar riqueza también, para sacarle el brillo a la tragedia, para seguir gozando de la vida al margen del Estado, porque sólo así tiene sentido la vida por estos lados del mundo. Este Estado que no es capaz de copiar y hacer política de Estado de sus mejores experiencias de sus ciudadanos, en educación, en economía y ciencias en general, este Estado que sólo corrompe y destruye sus tejidos sociales. Muy a pesar de los avances que se han realizado en estos años, que al final ya no son nada respecto de lo más maligno, de lo más estatal como en las cárceles de todo el país.
La creatividad de los bolivianos es enorme, para migrar a otros confines del mundo, para hacer ciencia de alto nivel en otros confines, para aportar en otros confines, para hacer economía fuera del Estado, para organizarse y convivir con la vida sin ningún apoyo del Estado. Pues ese Estado que no ha permitido nacionalismos reales, porque quién quiere identificarse con un Estado burócrata corruptor, maltratador, esquilmador, violento y sangriento, sigue nomás al parecer sus demonios y costumbres hasta las calendas griegas. O al menos hasta que tomemos consciencia de que cambiar es más que cemento, piedras, edificios y discursos. Cambiar es espiritualmente modificar drásticamente las mentalidades coloniales y republicanas, destruir las herencias institucionales y mentales actuales. Cambiar no es parchar.
por: Max Murillo Mendoza

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