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martes, 30 / mayo / 2023

DE MIS MISERIAS HUMANAS LOS DEMÁS TIENEN LA CULPA 

por: Max Murillo Mendoza

En la historia de la política boliviana hay una enfermedad mental, muy presente en todos los tiempos y coyunturas, y es que de las miserias humanas personales los demás tienen la culpa, incluso el imperio. Creo que nunca existió el ejemplo de enseñanza, de credibilidad y de coherencia para reconocer los errores y las miserias personales, y pedir perdón a los demás por los errores personales. Porque la misma historia nos muestra con lujo de detalles de esos errores, que por supuesto la historiografía no ha sido capaz de analizar ni de escribir para la reflexión colectiva. Entonces, el encubrimiento de los errores es ya un folklor peligroso que sólo genera y crea después otros monstruos acostumbrados a la impunidad. El proceso del 52 es ilustrativo al respecto. 

Ese círculo vicioso de echar la culpa a los demás, es también una enfermedad muy latina en la política. Muy pocos políticos latinoamericanos han sido capaces de reconocer sus errores trágicos, para después asumir con rectitud política en bien de los pueblos. Porque esos errores se cobran vidas humanas en estos territorios, que al parecer a nadie le interesa un comino, sino la complicidad enfermiza de que nadie es culpable sino los demás. Ciertamente la baja calidad humana, de muchos políticos, simplemente son parte del problema estructural de nuestros pueblos condenados a sufrir las consecuencias del tercermundismo analfabeto, dependiente y poco coherente con la ética y el servicio a los demás. 

Sin embargo, las esperanzas como en todas las épocas jamás se deben perder. Las nuevas generaciones totalmente desencantadas con la miseria de la política, tienen que tomar las riendas de sus destinos en sus manos; y eso es asumir la política como el servicio al pueblo, a los demás, a los más pobres y desamparados de este mundo. Porque para eso nació la política: para servir a los demás. Consigna que se perdió en el tiempo de la miseria humana.  

Por supuesto que las historias coloniales e imperiales, son condimentos necesarios para la toma de consciencia de los pueblos; pero tomar como excusas esos insumos para encubrir miserias enteramente internas y personales, es engañar a los pueblos de manera peligrosa y malintencionada, que hasta nuestros días es parte de la idiosincrasia mental de la política real y tradicional.  

En la currícula del sistema educativo escolar debería estar presente alguna materia donde los niños y jóvenes aprendan a reconocer sus errores y miserias humanas, para corregirse y mejorar en sus comportamientos, para realmente generar patriotas y gente de bien, de servicio al país, a los demás. Eso sí sería cambiar de destino a las nuevas generaciones, para sacarles del reino de la hipocresía, de la mentira cotidiana, de la impostura y de los discursos de moda y vacíos de compromiso.  

La dura realidad de estos tiempos turbulentos no son de índole política. La dura realidad de estos tiempos es que ya no existe ética política, ya no existe pensamiento revolucionario de servicio a los demás, sobre todo a los más pobres y marginados. Estamos sumidos en la comedia de las actuaciones espectaculares, donde la miseria humana es la más admirada y copiada a falta del servicio real a los demás. Por eso nuestras calles están llenas de miserables, de mendigos, de niños y mujeres y viejos pidiendo limosna por miles y miles, mientras la política real se luce en los medios de comunicación culpando a todos de esta tragedia; menos a los principales culpables. 

Las nuevas generaciones tienen que tomar las riendas de sus destinos en sus manos. Repetir la tragedia griega sería repetir a las calendas griegas, los pasos de los fracasos de la política tradicional de la historia boliviana. Las génesis de las revoluciones precisamente son de índole ética y moral, cuando el derrumbe de los fracasados ya es absolutamente evidente e insultante al pueblo y a la memoria de los ancestros, a la memoria de quiénes han dado sus vidas soñando en los cambios en bien de los demás. 

Quizás sea también hora de los balances históricos, por supuesto no discursivos sino científicos. Con nuevas interpretaciones que realmente nos permitan por fin salir de las miserias que arrastramos desde hace siglos. Las nuevas generaciones tienen mejores posibilidades con las ciencias actuales, mejores perspectivas metodológicas e interpretativas que pienso harían investigaciones objetivas y totalmente auspiciosas para estos tiempos oscuros, donde la ausencia de creatividad y ética en la política es lo cotidiano del cinismo colectivo. En todo caso, no tienen otras salidas las nuevas generaciones si es que quieren tomar sus destinos en propias manos. 

Ya no hay los Mandela, los Mujica, los Mallkus, las Barolinas Sisas. Se han perdido en el brutal tiempo de la historia del pragmatismo degradante y antihumano. Es precisa la toma de consciencia sobre el papel de la política, sobre todo en estos tiempos de vacío existencial donde el todo vale es la consigna destructiva. Pues que las nuevas generaciones tomen consciencia de esto. Requerimos revoluciones y cambios de paradigmas con urgencia. 

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