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viernes, 26 / abril / 2024

EL LEGADO DE NELSON MANDELA 

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por: Max Murillo Mendoza

Nelson Mandela, un abogado quién fuera el primer presidente negro de Sudáfrica, es sin duda alguna un ejemplo de político a nivel universal, por su ejemplo en transparencia, ética, moral y comportamiento sano desde el poder. Sufrió 27 años de cárcel por el sistema racista de Sudáfrica, que representó al colonialismo occidental moderno en África. Demostró que sin odio, sin rencor y bajos instintos políticos, perdonando a sus enemigos que le habían quitado una parte de su vida en la cárcel, abrió la ruta de reconciliación en su país y desde el poder mismo asumió otro tipo de política, pero siempre con la premisa de buscar una vida mejor para todos, sobre todo para los más pobres. 

Mandela nos deja un legado muy poco recordado en estos tiempos oscuros, corruptos, turbulentos y sin ética en la política, sin valores humanos que se perdieron en el pragmatismo del quehacer político. Y es Mandela que demuestra con su actitud antipragmática otra manera de hacer política, pues no negoció con el poder, y  pudo hacerlo para no entrar a la cárcel. Prefirió sufrir injusticias, hasta que el mismo poder se rindió ante su actitud. El mundo le reconoció en vida ese legado de comportamiento político, como ejemplo de sabiduría dejando el odio y el rencor para almas envenenadas y sin consciencia de país y Nación.  

Las nuevas generaciones tendrían que conocer más a fondo este legado de Mandela. Porque los desafíos del cambio climático, de género, de nuevas visiones sobre la política para hacerla menos cavernaria y troglodita, pues los consensos son urgentes por las crecientes amenazas de los neo fascismos y populismos ignorantes y retrógrados. Dichos neo fascismos nos están empujando a guerras por todo el mundo. Ya vemos que los mismos civilizados y cultos europeos prefieren la sangre, la venganza y el odio a la diplomacia y los consensos.  

Bolivia es un país con muchos recursos naturales; pero seguimos siendo pobres y sin oportunidades. Los jóvenes están pagando muy caro estos efectos de la política real, que no acaba de salir de las lógicas cavernarias, del ojo por ojo y mejor la destrucción a los consensos civilizados. Ni siquiera políticos como el uruguayo Mujica, muy parecido a Mandela, han podido influir de manera decisiva en América Latina. En todo caso, las nuevas generaciones no se merecen los resultados desde hace doscientos años: pobreza, miseria, política real cavernaria, ausencia de consensos sociales y clasistas.  

Junto a Mandela no podemos rendirnos y ser cómplices de los hechos históricos actuales. Es un deber patriótico actuar en consecuencia. El miedo sólo produce esclavos, que después la corrosión social y política se hace inercia porque la inutilidad de la sociedad es demasiado peligrosa. Mandela jamás se rindió, ni en los peores momentos de su vida. Nunca fue un esclavo del sistema racista de Sudáfrica, todo lo contrario. Incluso su silencio de años fue el instrumento de lucha abierta en contra de la esclavitud y el sistema. Es este legado el que requerimos como instrumento de lucha contra las injusticias, no las vendettas ni el odio rencoroso de la destrucción total de los tejidos sociales.  

No es el pacifismo ingenuo lo que proclamó Mandela, sino la lucha abierta desde las trincheras éticas y coherentes de la política. El anti pragmatismo militante contra la corrupción con los bienes de nuestro Estado Plurinacional que es el Estado del pueblo. De todos. Desde la consciencia del país profundo, como legado de los más pobres, quiénes desde siempre dan su sangre y sacrificio en bien de un país más justo.  

Las nuevas generaciones necesitan con urgencia modelos de políticos coherentes, éticos, referentes de gestiones de Estado con eficiencia y eficacia; pero sobre todo con servicio humano y en función de las mayorías pobres. Porque lo contrario, la política real, el desastre de la corrupción precisamente perjudica a los más pobres. Son los más pobres los que reciben los efectos perversos de la corrupción y la ausencia de ética en la política. Lo demás, pues, son discursos y discursos a las calendas griegas y las novelas de buenos deseos. 

Los discursos son en última instancia encubridores de actos perversos. Si es que los discursos no responden a la realidad concreta. Los discursos tienen éticamente que responder a los actos de la política real. De los actos, de los hechos. En el sentido de Mandela: los discursos sólo tienen que ser prolongación de los ejemplos como hechos. Mandela incluso prefirió divorciarse de su esposa cuando descubrió que ella se aprovechaba del poder, de las ventajas del poder. Eso es lo ético en concreto, el ejemplo en concreto más allá de los bellos y engañosos discursos. 

El legado de Nelson Mandela es más actual que nunca. En momentos donde las nuevas generaciones, absolutamente desencantadas por la política real en todo el mundo, sobre todo en Bolivia, necesitan ejemplos reales de políticos al servicio del interés común, al servicio del interés general, de los objetivos globales de los pueblos, de sus intereses que son cotidianos: comida, trabajo, vivienda y esperanzas. Porque las incertidumbres también generan esclavos para la corrupción. Y quiénes generan incertidumbres son los corruptos más peligrosos. 

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