Bolivia posee una de las grandes reservas de litio en el mundo; metal que se emplea especialmente en aleaciones conductoras del calor, en la fabricación de baterías y vehículos eléctricos, esto ultimo esta revolucionando la industria automotriz de Alemania, Estados Unidos de América, Japón pero también de China.
En 1988, la creciente demanda de litio indujo a que se invitara a la empresa estadounidense Lithco a negociar un contrato para la explotación del litio en el Salar de Uyuni. Hubo, entonces, encendidas críticas, especialmente provenientes de sectores radicales, y la iniciativa no prosperó. Sin embargo, el siguiente año se prosiguió con las negociaciones y se suscribió un borrador de contrato. El resultado fue el mismo: “durante meses, hubo declaraciones, foros y seminarios, marchas de protesta, huelgas de hambre, bloqueos y una extrema convulsión social”, lo que provocó el fracaso del proyecto.
De la explotación de un recurso no renovable, no solamente se debe esperar que esta incremente los ingresos nacionales. El objetivo también debe ser que contribuya a la diversificación de la economía, creando, sobre la base de los ingresos que se generen, nuevas industrias que contribuyan al desarrollo.
Se celebró que el gobierno concerto la explotación del litio en Bolivia con una empresa china así como un par de acuerdos con empresas rusas, pero como fuere quien lo explota -claro esta que los bolivianos no seremos-, las intenciones son inobjetable; en principio, pues aparecen dudas, cuando se recuerda que la minería se agotó sin aportar a la diversificación de la economía nacional. Esto mismo está cuasi sucediendo con la explotación del gas natural cuyas reservas van disminuyendo y que, ciertamente, al final se agotarán, y esas dificultades económicas se las vive día a día en Tarija, pues no es secreto para nadie, lo duro que es tras tener platita quedarse con la billetera vacía.