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miércoles, 24 / abril / 2024

La medalla presidencial de Bolivia, historia y anécdotas 

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La medalla presidencial está presente en las mentes de todos los bolivianos tras el fatídico robo que involucró a ladrones peruanos y un militar que descuidó la joya histórica para entrar a divertirse en lenocidios, el escritor tarijeño Miguel Molina relata los datos más importantes que todo ciudadano debe saber sobre la medalla presidencial, tras años de investigación y lectura, Molina rescata los datos más llamativos de los viajes que tuvo esta joya de incalculable valor. 
Fue durante las sesiones preparatorias del 6 de agosto de 1825 que se dispone que “El Gran Mariscal del Ayacucho” ,como el encargado del mando de los departamentos de la República, mandará a formar y presentar a el Libertador, una medalla de oro tachonada de brillantes, del diámetro que juzgue más adecuado, para que, en el anverso de ella figure el Cerro Rico de Potosí, y al Libertador colocado al término de una escala formada de fusiles, espadas y banderas, en actitud de fijar sobre la cima de dicho cerro la gorra de la libertad, y en el reverso entre una guirnalda de olivo y laurel, la siguiente inscripción: “La República de Bolivia agradecida al héroe cuyo nombre lleva”.  
 
La medalla, tachonada de brillantes que con el tiempo fueron desapareciendo de a poco, fue mandada a moldear bajo responsabilidad del Mariscal de Santa Cruz.  
El Mariscal de Santa Cruz envió la medalla aproximadamente un año después al Libertador Bolívar, julio de 1826, quien se encontraba preparando la organización del Congreso de Panamá y al recibirla profetiza: “la conservaré  toda mi vida, en señal de mi profundo reconocimiento hacía Bolivia y a mi muerte devolveré esté presente nacional al Cuerpo legislativo”.
De entonces la fecha la Medalla corrió distintas suertes, incluso existen versiones de que la que actualmente se encuentra protegida en las bóvedas del Banco Nacional no es la que la Asamblea en 1825 ordenará para el Libertador.

De cómo la medalla estuvo entre revoluciones y monjas  

“Algunos sábados por la tarde de mi último año universitario, allá en la vieja ciudad de La Paz, tuve la oportunidad de compartir con el humilde y rememorado don Antonio Paredes – Candia, engolfados en medio de libros de Tamayo, estructuras de Nuñez del Prado, relatos de Oscar Gonzales Alfaro, cuadros de Cecilio Guzmán de Rojas. Ahí en esos cuartos llenos de libros compartiendo con el buen Paredes – Candia guardé para mi repertorio los siguientes relatos de la medalla presidencial”, cuenta.
El 10 de diciembre de 1830 el libertador Bolívar, agobiado de engaños, hipocresía y dolores, insistido por su médico, dicta su testamento donde señala con firmeza, en la cláusula sexta: «Es mi voluntad que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia, a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí en prueba del verdadero afecto que aún en mis últimos momentos profeso a aquella República”.
El 17 del mismo mes fallece el libertador en San Pedro Alejandrino dejando a uno de sus albaceas, Juan Francisco Martín, entre sus pocas pertenencias la medalla en cuestión.  
Fueron comisionados de Bolivia por el Mariscal Santa Cruz, el capitán Mateo Belmonte y el sargento mayor José Buitrago, ambos representantes bolivianos. Tras un desastroso viaje de 6 meses, en junio de 1831, con un intento de asalto por parte de piratas y salvados de un naufragio llegaron a su destino. Se presentaron ante el albacea mencionado y recogieron la medalla. El encargado de traerla hasta el país fue Buitrago, Belmonte se demoró por razones familiares, ya en el país la medalla fue impuesta en el pecho del Mariscal de Zepita, el año 1831, y es conocido que este la guardaba en su casa, siendo su esposa Francisca Cernadas Bermúdez de Castro de Santa Cruz y Khalahumana, la fiel guardiana de dicha presea.
En Bolivia donde el cambio de presidente, es cuestión de un poco de voluntad y un “tantito” de esfuerzo, no puede perdurar ninguna obra, así como la versátil política boliviana arroja del Gobierno al Mariscal Santa Cruz quien tiene que huír del país, dejando la medalla en manos de su fiel esposa, quien la defiende con uñas y dientes, pretendiendo que nadie a excepción de su marido era propietario de la misma, pues la había mandado a realizar y la había mandado a traer.
Fuera del poder Santa Cruz, se había hecho cargo del mismo, José Miguel Velasco, “El de la voz de pipiritaña” quien sin mucha paciencia ordena que una cuadra de militares se dirija a la casa de la mentada “Panchita” de Santa Cruz con la orden de fusilarla si no entregaba la medalla, está atenta a lo dispuesto se protege junto a su tesoro en el convento de las Concepcionistas, lugar prohibida entonces, para el mortal común.
Sin embargo más pudo la presión del Gobierno y la amenaza contra la descendencia de Santa Cruz que la medalla rodó a su segundo dueño al veleidoso Velasco.  
Ni Sucre, ni Pedro Blanco tuvieron la medalla en su pecho, sí la tuvo Velasco, quien la llevaba en un bolso de campaña cuando marchaba a sofocar sublevaciones, muestra de esto es que cuando Velasco estaba en Tupiza un ejército para la campaña de Ingavi y enterado de la victoria de Ballivián envía su nota de homenaje y en una caja paralela la medalla.
Es fama que Ballivián exhibió la medalla las veces que pudo, en sus lances de armas como en sus lanes de amor. Justamente por uno de estos dos lances según dice la anécdota, el presidente por eventualidades del destino llega a la casa del coronel Belzú, cuando éste estaba en el campo. Belzú ajeno a los hechos llega a su casa y es sorprendido cuando la muchacha que realiza la limpieza de la alcoba encuentra la medalla y la entrega a su ama, doña Juana Manuela Gorriti, de altísima belleza. Este hecho, más otros de infeliz coincidencia para el buen mozo Ballivian, provoca semanas más tarde que Belzú se subleve desde Obrajes y tome el Gobierno.
Esto provoca el exilio de Ballivián, quien murió, pobre, lejos pero siempre buen mozo.
Sin embargo, es justamente la mulata que encontraba la medalla en la casa de Belzú quien participa nuevamente en otro capítulo de la misma. 
Estando Belzú en el poder se produce uno de los levantamientos de José María Linares, provocando al huída del presidente a Oruro, este apurado por las circunstancias entrega la medalla a la morena quien no sabiendo que hacer con dicha presea la cuelga en su cuello, cruza las barricadas para internarse en el tan mentado convento de las Concepcionistas, que por esto y por otras razones deberían tener una gran placa de agradecimiento, especialmente del pueblo paceño, ella cruzó con la alhaja en el pecho sin que los revoltosos reparen en la morena presidente, por la medalla presidencial.
La medalla en tiempos de Melgarejo
 
«Sólo para ir cerrando el siglo XIX, mencionaré una anécdota más que recupere de mi gentil abuela», señala Molina.
El general del Siglo, pomposo sobrenombre de Melgarejo tomó la presidencia el «glorioso» 28 de diciembre de 1864, entre sus primeras acciones estaba adornar su amplió pecho con la medalla que había lucido el Libertador. Como el golpe fue en Cochabamba y la medalla se encontraba en Sucre, custodiada por el férreo Lucas Mendoza de la Tapia, la distancia geográfica impedía sus caprichos, entonces uno de sus paniaguados, Mariano Muñoz, envió un oficio a Sucre exigiendo acatamiento a  su «excelencia el general Melgarejo», además de proceder al respectivo envío de la medalla y la documentación que acredite su designación, por parte del Consejo de Gobierno, gabinete presidencial hoy.
Esto no fue tan fácil y el general del siglo tuvo que esperar poco más de un mes para poder obtener la medalla y con ella, exhibida en su pecho, ingresar al Palacio de Gobierno en la ciudad de La Paz. 
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