por: Max Murillo Mendoza
Leí un par de editoriales de prensa, después de la derrota de Bolivia a manos de Argentina el día martes 12 de septiembre. Partido de fútbol que se jugó en La Paz. Dichos editoriales hacían referencia a la falta de autoestima del boliviano, considerándolo muy baja y con pocas expectativas en la vida. Me recordó aquellos escritos y reflexiones de Alcides Arguedas, ese historiador elitista y acostumbrado a tener vergüenza de Bolivia, considerando a los bolivianos como un “pueblo enfermo”. Un pueblo con taras, miserias y traumas colectivos, que no le permiten avanzar como sociedad. Y que, por supuesto, los sectores populares e indígenas son los culpables de los desastres de Bolivia.
Es verdad que mediocridad nos sobra en muchos aspectos. Desde el educativo, hasta el deportivo. En lo político ni qué decir. Ausencia de ideas, de debates, de propuestas de Estado de alto nivel. Pues es cierto. Como es cierto de la cotidianidad en la sobrevivencia, donde lo mediocre y a veces brutal y violento, nos caracterizan. En fin. Lo del fútbol es simplemente patético y raya en lo imbécil. Dirigentes que no tienen idea de fútbol, que sólo están ahí como es costumbre para brillar y la foto de familia. Que destruyen una posibilidad de desahogo social y colectivo; pero que incluso esos espacios futboleros están convertidos en espacios de destrucción y pelea campal por cualquier estupidez.
Aquellas conjeturas superficiales social darwinistas de Alcides Arguedas, siempre han sido una constante en las visiones elitistas de Bolivia. Sobre todo en momentos de derrotas, sean deportivas, guerreras o de índole competitivas. De las tragedias no son culpables ellos, aquellos de sangre azul. Sino el pueblo llano. Lo social darwinista sigue siendo el pan de cada día en un país ciertamente nada competitivo. Porque las clases altas son las menos competitivas que tenemos, en todo.
Sin embargo, tenemos también historias de triunfos cuando las cosas se hacen bien. Cuando los desafíos son de años, con gente seria y comprometida. Por ejemplo la escuela de natación de Catavi. Cuando la Comibol financiaba en los años 70 la sobre alimentación de esos nadadores, que durante años entrenaban para las competiciones nacionales. Los resultados: 13 años seguidos campeones nacionales. O cuando existía la escuela de fútbol de la Tahuichi en Santa Cruz, de donde salieron precisamente futbolistas de la talla de Platiní Sánchez y el diablo Etcheverry.
En todo caso, nos falta demasiado para mejorar las cosas. Nos faltan políticas de Estado en muchos campos, sean estos deportivos, científicos, culturales, artísticos, entre otros. Ni siquiera nuestras universidades cumplen sus roles al respecto. Metidos en rollos politiqueros, de roscas, etc, pues que distorsionan totalmente los objetivos supremos de las ciencias y las investigaciones científicas. Y tenemos que reconocer esos tremendos desfases como bolivianos, que no estamos a la altura ni siquiera de los desafíos con los países vecinos. Pues sí, nuestra mediocridad está a flor de piel, que no lo vemos por falta de competencia, por falta de debates al respecto y por tanta bulla brutal de la mediocridad generalizada.
Cierto que eso tiene sus raíces allá en el pasado, lejano e inmediato. La ausencia de crítica científica, además, nos ciega totalmente hasta convertirnos en ciegos mentalmente. Esa inercia de la mediocridad no solamente nos condena al fracaso como sociedad, también nos está llevando al abismo del tercermundismo como costumbre. Es decir, justificamos nuestras derrotas culpando a los demás tengan o no la culpa de nuestros fracasos. Sin ver realmente que en la torta de las culpabilidades somos nosotros los más culpables.
Pero bueno, la derrota ante Argentina al parecer caló hondo. Por aquellos escritos de la prensa que nos golpea incluso en el entorno de las trifulcas cotidianas: políticas, económicas, de sobrevivencia generalizada. Nos hace sentir en la inutilidad absoluta, que no articulamos nada y nuestro destino es ser nomás fracasados. Pues nada de eso es cierto; las condiciones para cambiar esas mentalidades y actitudes tienen condiciones estructurales, que si no las asumimos como país, seguiremos nomas lamentándonos por los siglos de los siglos.
Políticas de Estado, escuelas serias y con condiciones sostenibles para el desarrollo humano, científico, deportivo, artístico e intelectual. No son secretos, sino experiencias humanas que ya se han realizado. Con seguridad, los resultados serán altos y con gente altamente entrenada o preparada para cualquier desafío.
Tenemos bolivianos exitosos por todo el mundo. En las ciencias, en los deportes, en el arte, en la música. Que no tuvieron las oportunidades en nuestra propia tierra. Oportunidades que tenemos que crearlas aquí. Oportunidades en todos los campos posibles, porque de eso depende nuestra sobrevivencia como Nación y Estado. Pero tenemos que desterrar la mediocridad instalada y convertida en costumbre, en inercia contagiosa.
El fútbol no refleja nuestra realidad. Es un espacio importante de desahogo social y colectivo, que permite la convivencia de las clases sociales en momentos necesarios de país, de Nación. Pero realmente no refleja nuestra realidad. Aunque puede permitirnos reflexionar de cómo tenemos que trabajar para mejorar lo individual y lo colectivo. Como vemos en esta coyuntura, quiénes están a cargo del futbol boliviano simplemente lo están destruyendo. Ni modo.
Y no hay magia ni azar. Si no hacemos bien las cosas, con planificación y ejecución realmente ejecutiva, seguiremos nomás como estamos: en la mediocridad absoluta. No hay magia ni azar en el fútbol. Sin escuelas ni políticas de Estado, sin gente a la altura de los desafíos nunca funcionará algún club; peor nuestra selección.