Subsiste la idea de que, terminada la Guerra Fría que amenazaba con la destrucción del planeta, se ha alcanzado estabilidad y paz internacionales. Los brotes de violencia, las guerras civiles, las persecuciones e imposiciones de nuevos regímenes populistas serían, para los que proclaman que ha “estallado la paz”, solo escollos pasajeros para el advenimiento de una era de concordia universal. Ciertamente, ésta es una visión candorosa de la realidad; es decir, sólo una expresión de deseos.
En verdad estamos en una época peligrosa para la convivencia universal. Las respuestas, van desde las propuestas sinceras —pero ingenuas— de que convocando a la concordia, se conseguirá ablandar a los extremistas duros, a aquellos que solo miran un mundo de dos colores: blanco y negro, sin matices y sin particularidades respetables.
Desde 1946 —fin de la Segunda Guerra Mundial— se ha avanzado mucho en un sentido —el material— y se ha retrocedido también significativamente en el ideal de construir un mundo solidario. Se creó la Organización de las Naciones Unidas, la que no consiguió parar la violencia ni los estallidos armados entre países, tolerando en su seno a brutales tiranías.
Ya en 1950 los países miembros de la organización mundial aprobaron la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero aún hay dictaduras y teocracias que siguen integrando la ONU, mientras los demás miembros quedan impasibles.
Mientras tanto, hay un pueblo crucificado: el nicaragüense, al que le han conculcado todas las libertades democráticas. Hasta ahora, la actitud regional fue contemplativa y aun temerosa, cuando no comprometida. Pero ante esta situación el Vaticano, reacciono demostrando así que no son aceptables, ni el neopopulismo depredador, ni las otras formas de tiranía. Como era de esperar inmediatamente la dictadura de Daniel Ortega rompió relaciones con el Vaticano luego de las declaraciones del papa Francisco.