Eduardo Claure
La negación es un concepto que nos ha hecho reflexionar a lo largo de la historia. Un concepto que ha demostrado ser de los más difíciles de comprender, pues, al tratarse de una noción primitiva toda argumentación ya la presupone, por lo que todo intento de explicar el funcionamiento de la negación está condenado al fracaso. Es realmente paradójico tener que aceptar como principio lógico algo que se entiende menos que aquello que pretende aclararlo. El caso patético del juicio político contra la ex presidenta Jeanine Añez, muestra este concepto que niega una realidad, un suceso, un hecho político por demás claro, cuando se desconoce su alta investidura ejercida ante un vacío de autoridad política durante la fuga de Morales tras el escandaloso fraude electoral del 2019.
Para muchas teorías filosóficas, la proposición negativa es una construcción del discurso cuya única conexión con la realidad consiste en la constatación de diferencias, ausencias o incluso hechos negativos. Sin embargo, en la tradición hegeliana la negación parece estar vinculada a una fuerza destructiva ejercida por un sujeto -gobierno pseudo democrático y sistema de justicia corrupta-. En nuestra realidad la negación ofrece la posibilidad tanto de la crítica teórica como la capacidad transformadora del mundo histórico político reciente, así la negación se une al concepto de libertad, aquella negada, a pesar del contraste de los acontecimientos visibilizados por solventes organismos internacionales.
Pero, ¿tiene esta negación cierto poder sobre lo real? Y, en este caso, ¿de donde proviene y sobre qué ejerce su fuerza destructiva? Veamos. Mientras en el Triangulo Norte de Centroamérica y el Sudeste Asiático, así como en el otro triangulo de la región México, Colombia, Perú y Bolivia -Chapare, Beni, Santa Cruz-, la inhumana “guerra contra las drogas” genera una espiral de violencia y corrupción que degrada el tejido social y evapora el Estado de Derecho y cubre tras una oscura neblina al proceso de cambio, políticos, empresarios y criminales de abarcas y cuello blanco, que facturan obscenas cantidades de dinero provenientes en su mayoría de la industria de la cocaína, al igual que en otras latitudes lo hacen fruto de la carrera armamentista, la farmacéutica y de las Organizaciones de Trafico de Drogas (OTD). Según la Oficina de Naciones Unidas sobre Drogas y Delitos (ONUDD) en el periodo intersesional de la Comisión de Narcóticos y Drogas en Viena, solo entre 2015 y 2016 las Organizaciones de Trafico de Drogas de Sudamérica habrían lavado al menos 22 mil millones de dólares en Europa. Para ilustrar: un tribunal europeo inició una investigación formal contra la corporación armamentista alemana Heckler & Koch por violar las regulaciones de la venta de armamento al presuntamente proveer armas de asalto al Cartel de Sinaloa. De estos ejemplos podríamos enumerar un sinfín de casos en los que las corporaciones de los países de Norteamérica y Europa se benefician de una guerra hibrida que está pulverizando nuestra sociedad por su gran amplitud de daños directos y colaterales, hacia las democracias de la región.
Las evidencias existen y están al alcance de quien las busque. Sin embargo, la anomia política que se vive en los países victimas como el nuestro, es uno de los tantos resultados de esta misma “estrategia”. Expliquemos: en la región y en nuestro país, se utiliza el miedo y la culpa, la justicia sometida y corrupta, donde se ha trastocado la convivencia “comunitaria” y se trabaja sobre la indiferencia individualista y la negación como herramientas de control político sobre la sociedad y su clase política de oposición. Así, nuestro pueblo, vive en “un estado interpretado”, desmovilizado por el temor a sus vidas que les sean arrebatadas a la vuelta de la esquina, mientras existe otra sociedad desmovilizada por la comodidad, abundancia y seguridad adquirida en el proceso de cambio, convencidas de que negando la realidad -política- conservan sus privilegios. Esta negación ante la problemática planteada, como muchas otras, surge de la comodidad y falta de interés ante la vida del otro que el neocapitalismo del narcotráfico, el contrabando y la explotación irracional de recursos minerales ricos que practican las cooperativas que el proceso de cambio ha implantado los últimos 16 años. Así se ha ejercido de distintas maneras su capacidad destructiva sobre la sociedad civil boliviana, sus recursos naturales, la justicia, la democracia y la libertad.
Este contexto de la actualidad, de la realidad, ha sometido a la sociedad al miedo, a la indiferencia y a la esclavitud o al sometimiento. Los “principios sino la filosofía” del Socialismo del Siglo XXI y del “proceso de cambio” ha vinculado el problema de la negación a la cuestión del ser. Es decir, que la negación e indiferencia hacia la realidad del otro, en este caso, de los pueblos o sociedades y de sus individualidades políticas, son producto de una construcción de la negación del ser que se acopla tanto al capitalismo como al marxismo clásico que gobiernan las mentes de políticos trasnochados de los así mal llamados partidos de izquierda, hoy convertidos en progresistas y populistas, que han sometido a la justicia y criminalizado a la clase política opositora, para ese fin: la negación de aquellos y sus realidades sociales, económicas, culturales y otras. En la actualidad, las técnicas de persuasión como medio de conquista han suplantado la guerra clásica, en la política internacional y en la interna nacional. Estas técnicas se han vuelto cada vez más importantes y sofisticadas que la fuerza bruta física pura y simple. Además, en materia de neuromarketing, el esfuerzo ideológico explicito y directo de la propaganda partidaria masista ocupa en forma exclusiva el primer plano en los massmedia, por ello, el método del trasbordo ideológico inadvertido, es una técnica de persuasión indirecta e implícita, a través de la cual se han creado cajas de resonancia que desencadenaron en los últimos años la llamada “posverdad”, la cual no se queda atrás y bajo algunos aspectos hasta la supera.
Estas dos afirmaciones son indispensables para ampliar el horizonte y lograr identificar estas estratagemas que buscan mantenernos en estado de “sociedad interpretada” y poder denunciar, prevenir y detener el proceso de trasbordo ideológico inadvertido en sus distintas formas, tal como ha venido sucediendo en el país los últimos dieciséis años, tiempo en el que la negación a sucesos como el 21F y el Fraude Monumental del 2019 son utilizados en la negación de tales sucesos -positivos y democráticos- como representante intelectual de un instinto destructivo. Estamos siendo convertidos poco a poco en otro campo de concentración y exterminio, como fue el de Auschwitz.
Finalmente, a la inversa, negar la existencia de la realidad actual, al poder tirano y sus mecanismos, pensando que se trata de un mecanismo instintivo de defensa ante lo ruin y destructor del “neoliberalismo”, sin ver que, ésta afecta profundamente a la democracia. Sin embargo, lo desagradable sigue siendo real y tangible, existen 190 presos políticos y algo de 900 refugiados en el exterior. Del otro lado -del masismo- negar la realidad puede servir para idealizar virtudes y minimizar defectos terribles del partido político de su predilección (MAS-IPSP); que les hace ver las ejecuciones extrajudiciales como justicia, la obstinación tiránica como agudo sentido moral e ideológico, la corrupción, contrabando y el narcotráfico como simples “errores de cálculo” de una gestión política.
La sociedad azul, en su pasividad, niega la realidad. Y esta negación permite la profundización de las confusiones políticas o errores conceptuales que perpetúan en sus puestos a los que ejercen la voluntad del poder. Esta admisión pasiva los lleva al autoengaño. En democracia la realidad es la única verdad que aceptamos bajo un visible pacto social democrático. Negar que existe una praxis distinta nos puede llevar -como está ocurriendo- hacia las profundidades del abismo del oscurantismo y la ignorancia; negar la realidad es negar la verdad, no poder reconocer el error, ni rectificarse. Este sistema del proceso de cambio, niega la realidad y prueba de ello es la llamada “posverdad” o “realidad alternativa” utilizada para manipular descaradamente las masas de sus adherentes ignaros. Hoy, la peor forma de negar la realidad -del lado democrático- es no darse cuenta que el actual modelo hipercapitalista degrada lo humano y encadena las mentes evitando que la mayoría no pueda desarrollar sus metas y que la sociedad no se desarrolle de forma sana, sustentable y democrática.
En este contexto, el alejamiento voluntario o involuntario de la realidad es un producto activo de la mente humana con una función equilibrante y adaptativa. Mientras esa actitud no esté perjudicando a la persona misma o a los demás, la actitud más correcta será, la del respeto al otro considerando su naturaleza humana, su inteligencia, cultura, valores y principios de su condición ciudadana y sus derechos inalienables e imprescriptibles establecidos en la CPE. Lo que rompe finalmente la negación es una crisis, como la que vivimos a nivel de la región e incluso planetaria. Se hace necesario, entonces, confrontar la realidad y evitar que la negación, la indiferencia y el individualismo se convierta en una habito que termine por devorarnos. Por tanto, la sociedad civil y lo que queda de la clase política, debe reflexionar profundamente y obrar, para recuperar la democracia el 2025. De no corregir estos últimos, su individualismo y vanidades, la negación azul imperará con crueldad.