por: Max Murillo Mendoza
Me decía un amigo poeta hace varios años, en una farra allá en Cochabamba, si hablaran los prostíbulos y las prostitutas la historia de este país o se caería, o cambiaría. Porque los hipócritas y los oportunistas se desenmascarían, simplemente dándoles la palabra a las prostitutas, en la historia. Pues la noticia de los ítems fantasmas no es precisamente una novedad, sino una corriente común que lleva el fondo de nuestra historia. Junto a la acostumbre de la impunidad son las más constantes en nuestras tradiciones, y en todas las ideologías que la modernidad occidental nos ha regalado.
La ética es la ausente en estos tiempos postmodernos. Porque los discursos y los show han reemplazado a la ética, es decir al trabajo consciente, productivo y clandestino. Las personas con ética y comprometidos con las causas de los pobres se han quedado en los recuerdos de las revoluciones, en los recuerdos de las trincheras en todas las guerras de liberación. Los que quedan por todo el mundo son los pragmáticos, los burócratas, los parlanchines y oportunistas. Porque los conscientes han muerto en todas las trincheras de las primeras líneas.
Por todo eso pues no hay investigaciones al respecto. En Bolivia ningún historiador ha hecho gala de sus conocimientos en estos temas estructurales de nuestra raíz histórica, donde las oligarquías, las rancias y señoriales clases altas; pero también los cholos, indios y mestizos se ensucian cuando tienen la oportunidad. Pues las tradiciones patrimonialistas siguen siendo la sangre que recorre nuestras venas, imaginarios que no han cambiado desde la colonia.
El patrimonialismo es la costumbre colonial, herencia de la España medieval, que consiste en que los burócratas del Estado creen que son dueños de los espacios del Estado. Y en realidad el Estado somos todos, porque el Estado pertenece al pueblo; pero totalmente desprestigiado por las mentalidades patrimonialistas que actúan adueñándose del Estado para beneficio suyo: laboral, familiar, grupal. Es decir corrupto. Aspecto que no está investigado en Bolivia, porque el manto de la hipocresía es mejor a ver la dura realidad. Así, pues, estructuralmente nunca cambian los moldes de la corrupción, sino en los discursos. Así la historia de la impunidad sigue nomás su ritmo coherente por los siglos de los siglos.
La pobreza de este país, en parte, tiene estas raíces estructurales. Por eso la tentación de gobernar, porque los expertos en esas lides aparecen por doquier cobijados de bellos discursos, cuando sus objetivos son absolutamente patrimonialistas. Las experiencias mundiales nos llevan también a esos ejemplos. Eso mismo ha ocurrido en varios procesos revolucionarios, cuando sus dirigentes sumidos en la mediocridad y soberbia han sucumbido a las tentaciones del poder económico, y han destruido sus países. La pobreza tiene múltiples causas estructurales, científicamente demostradas a lo largo del mundo; y una de ellas es la corrupción con sus tentáculos precisos: ideológicos, políticos y económicos.
Lo que sucedió en Santa Cruz sólo es la punta del iceberg. Es una pequeña muestra de lo normal y de la costumbre más enraizada de nuestra sociedad. Pero, insisto, la hipocresía colectiva salta en todo su esplendor, señalando a los culpables como si esta sociedad fuera realmente un ejemplo de comportamiento y ética.
Sabemos desde siempre que en Santa Cruz gobiernan élites y logias familiares, cumpliendo a cabalidad la enfermedad patrimonialista de saqueo al Estado. Amigos, esposos, hijos, nietos, cuates, compadres y amantes de esos círculos se adueñan de los espacios estatales e incluso privados, para medrar y saquear todo lo posible al Estado regional. Sabemos que los intereses son poderosos y peligrosos a la hora de las investigaciones. Sabemos todo; pero nunca habrá realmente voluntad política para llevar a la cárcel a alguien. Eso quedará en la impunidad de la historia tradicional para siempre.
Nuestro país sigue siendo el más corrupto del mundo. Estadísticas que no han cambiado a pesar de los esfuerzos de las políticas de Estado. Y eso no se resolverá con un tallercito de toma de consciencia, o con un cursito de buena voluntad. Requiere de trascendentales medidas políticas y legales, para que lleven a la cárcel a quiénes se aprovechan de las esferas del Estado, desde pequeñas mañas y trampas enraizadas hasta el saqueo sistemático como en el caso de los ítems del municipio de Santa Cruz.
Mientras Bolivia siga en los moldes de la historia tradicional, donde lo repetitivo en lo político sea el dominante de la mediocridad general, no saldremos nunca de nuestras enfermedades y engaños colectivos, que sólo encubren los problemas estructurales como son la corrupción y la impunidad total. Hecho a medida de personas acostumbradas a aprovecharse del Estado de manera patrimonialista, es decir familiar y de reciprocidades de compadrazgo medievales y nada modernas.
Algún día llegará por fin la guillotina y la justicia para generar un país con esperanzas. Ese día los pobres y marginados de la historia tendrán motivos de alegría. Hoy sólo asistimos a los show discursivos que sirven como encubridores de la corrupción y la impunidad, forma postmoderna de los nuevos tiempos: oscuros y degradados. Sin ética ni moral.