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viernes, 19 / abril / 2024

LA PAZ

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La paz no es definible por meros conceptos porque pertenece al mundo profundo del corazón, porque la paz es un valor, es el motivo que unifica y hace bella la vida.

Está vinculada a la sensibilidad de la ternura y la justicia de la convivencia.

Es un modo de relacionarnos, es el espacio de la reciprocidad y la entrega.

Es una dimensión espiritual que se expresa en la justicia y en el perdón.

Es la serenidad de la mente y del corazón lograda a través de una vida, cuyo emblema es la justicia y la solidaridad.

El hombre no sólo vive de pan sino de paz, no vive sólo buscando la justicia, sino la ternura, la comprensión.

Pero ¿Por qué en el mundo de hoy no podemos saborear el exquisito bocado de la paz? Porque vivimos una constante deshumanización que se percibe con el correr de la globalización y la pérdida de valores fundamentales, para desarrollar una vida de unidad, de solidaridad de respeto y de justicia.

El día 24 de enero de 2002, Asís fue el escenario del encuentro de los líderes religiosos más representativos de la historia. Se reunieron a invitación del Papa Juan Pablo II, más de doscientos representantes de los credos del planeta, se unieron en una sola voz para declarar: ¡Nunca más la violencia! ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más el terrorismo! ¡En nombre de Dios, que toda la religión traiga justicia y paz, perdón y vida. Amor!

Toda la Iglesia está llamada a una tarea de atenta percepción y escucha, a lo que va ocurriendo en la humanidad, para brindar una respuesta que colabore en la construcción del Reino de Dios, que es el reino de la paz en el mundo.

Pero el mundo ofrece hoy el triste espectáculo de la destrucción de la paz, porque se ha roto la armonía, la hermandad de los pueblos; hoy estamos viviendo horas negras de guerra entre hermanos, porque todos los hombres somos hijos de un mismo Padre Dios.

Los amos del mundo: el poder y el dinero se han enseñoreado por encima de los valores más preciados del ser humano; el orgullo, la ambición, han destruido la paz, son muchos los pueblos que vivimos con sobresaltos y desasosiegos por la violencia que erradica la paz de la sociedad.

Es la injusticia y la desigualdad la que hace brotar la violencia de los que sufren la injusticia como una reacción ante la impotencia de lograr la justicia.

Tenemos sed de Dios muchas veces sin saberlo, en medio de un sentimiento religioso.

Tenemos hambre de justicia ante una enorme situación de iniquidad y de corrupción.

Tenemos anhelo de comunión y encuentro en medio de la crisis de paz en los vínculos familiares y sociales.

Es necesario que nos detengamos a pensar en la grandeza, a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera, a dar prioridad a los valores espirituales y morales y no colocar primero los valores materiales que endurecen nuestros corazones.

Debemos tener el valor de situarnos en la verdadera dimensión del hombre porque solamente los valores espirituales nos podrán salvar de la violencia.

Escuchemos al Maestro que nos dice: “Renuncien a la maldad, a la soberbia y al orgullo destructor, acepten las virtudes que les doy: la humildad, la paciencia, la fe, la esperanza, la caridad. La virtud de amar al Amor de los Amores. Os dejo mi paz os doy mi paz”.

por: Nayú Alé de Leyton

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